Tener el primer hijo es, tal vez, la crisis más grande que vive una mujer. Todos los que ya lo tenemos y hemos pasado por esa etapa inicial de crianza podemos afirmarlo. Y no hablo de una crisis directa en el hombre como padre, porque la que vive éste es una crisis que “le salpica” de parte de la mamá de su hijo.

El hombre, normalmente, no tiene cambios físicos ni hormonales en esta etapa que hacen que todo lo que acontece con la llegada del bebé sea tan exagerado como lo sentimos las mujeres. Por eso las mujeres decimos cotidianamente: “Los hombres no tienen ni idea”, como una manera de describir su supuesta frialdad a la hora de que el bebé llega a la casa, él vuelve al trabajo como si nada y nosotras nos quedamos con este nuevo personaje que no nos deja ni ir al baño, mientras nuestro cuerpo parece el de otra persona, no sólo por cómo se ve sino por cómo se siente.

Es increíble pero de manera inmediata, desde que sabemos que tenemos a un bebé en la barriga, nosotras nos volvemos un templo para este ser que viene. Y así como nuestro cuerpo se transforma para suplirlo de todo lo que necesita fisiológicamente (algunas “suplimos” un poquito más de lo necesario con chocolatitos y esas cosas, pero no importa), nuestra mente y nuestro espíritu también.

Conozco más de un caso –empezando por el mío—en el que el pañal de nuestro hijo pasa a ser mil veces más importante que nuestro puesto de director general de cualquier transnacional grande que se vuelve desde ese momento intrascendente por más millones de dólares que facture.

Al ver este video tan emotivo pensé inmediatamente en las noches sin dormir, en el cansancio, en todo el sacrificio real que implica este nuevo ser humano en nuestra vida, pero que se vuelven nada cuando eres realmente consciente del trabajo que estás haciendo no sólo en la vida de tu hijo sino en cómo la vida de este niño influenciará en el futuro en la sociedad.

Y sí, es un trabajo duro pero puede llegar a ser sereno si tenemos las cosas claras. Evidentemente, no puedo escribir en un solo post todo lo que implica esta misión de ser padres, pero trataré de exponer lo básico.

1. Los hijos son de Dios. Así es, por más que hayan salido de nuestra barriga, con dolor o sin dolor, se hayan alimentado de nuestro cuerpo mucho tiempo, hayan descansado a nuestras expensas y nos hayan vuelto prácticamente locos de manicomio durante tanto tiempo. Y el ser de Dios significa no sólo que tenemos una misión co-creadora con Él, sino también educadora. Y esta educación debe estar alineada a las enseñanzas que Él nos da a través de todos los medios (oración, la Biblia, la Iglesia, etc.). Y este hecho —que de verdad no son nuestros— se manifiesta de manera natural en el momento en que nuestros bebés bellos, llorones y hermosos cogen su mochila y se van a hacer su vida a otro lado, y de vez en cuando nos mandan un mail.

2. Otro tema importante es que los hijos, a nivel terrenal, también son del papá. Y este sutil jalón de orejas es tanto para la mamá como para el papá. Mamá, es importante que sepas que el papá es vital en la vida de un niño. No es prescindible ni descartable por más inútil que sea para cambiar pañales y dar biberón. Así que mucho cuidado cuando pensamos que lo haríamos maravillosamente solas (estoy hablando de madres solteras por voluntad propia o divorcio, no de viudez que ese es un tema aparte). A los papás: por más que ustedes no den de lactar ni se desvelen porque mañana tienen que trabajar, cumplen un rol irremplazable. Quizás al principio sobre todo como soporte emocional de la mamá, pero después también serán la escuela de virtudes y el ejemplo que los niños seguirán. Así que deben asumirse, los dos, como complementarios e irremplazables en esta labor.

3. Ahora, siguiendo con la idea 1, aquí entra a tallar nuestra labor educativa, que tiene como principal objetivo educar un niño feliz para que se convierta en un adulto feliz. Y la felicidad no está en comprar todos los juguetes que existen en el mercado, sino en darles herramientas reales para que sea un hombre o mujer de bien. Esto es, de manera práctica, que sea un ser humano virtuoso, que sepa ser feliz y hacer feliz a los demás.

4. ¿Virtuoso? Así es. Está en las virtudes las verdaderas herramientas para ser feliz. El orden, la obediencia, la generosidad, la prudencia, la justicia, entre otras tantas virtudes morales y sociales que harán de nuestros hijos seres con capacidades humanas valiosas.

5. ¿Hacer feliz a los demás? Por supuesto. Es imposible ser feliz sin darse al otro. La felicidad no es solitaria. El ser feliz es ser capaz de entregarse, de compartir. Y eso se enseña. ¿En dónde? Primero, en la casa. La felicidad de nuestros hijos en el futuro dependerán de que sean capaces de ser buenos cónyuges, padres, hermanos y amigos. Y, esto, se aprende con el ejemplo.

6. Estas dos últimas ideas nos llevan a otro punto importante: nosotros somos responsables de ayudar a nuestros hijos a encontrar el propósito de su vida. Y no estoy hablando de la vocación profesional. El propósito es la búsqueda personal del crecimiento espiritual, manifestado en uno mismo y, sobre todo, en el otro. La capacidad de servicio es algo que está comprobado que hace al hombre muy feliz.

Hasta aquí todo suena lindo, pero ¿cómo logramos todo esto? Primero, hay que empezar por nosotros. Los padres somos el primer ejemplo de nuestros hijos. Si no trabajamos cada día en ser más virtuosos, no hay manera que los niños aprendan la mecánica. Segundo, si bien ser padres tiene muchísimo de instinto, hoy en día no está de más en aprender un poco a cómo educar. El amor es lo más importante, pero si éste viene acompañado de un poco de conocimiento pedagógico seremos padres más seguros y con dominio.

Como decía al comienzo: más serenos. En tercer lugar, y lo más importante: así como nuestros hijos son de Dios, es El quien nos ayudará a ser buenos padres. La oración es vital en los padres. El encomendarse, el pedir sabiduría, paciencia y un poco de descanso emocional es muy importante. No se olviden de rezar. Tengan fe y descarguen un poco de miedos en Él.

Si se sienten abrumados, recen. Yo siempre le rezo a la Virgen, por ejemplo, y le digo algo así: “María, yo soy mamá normal y por más que quiera no puedo estar 24/7 con estos niños y tú sí. Por favor, protégelos siempre, cúbrelos con tu manto sagrado”. Y de verdad siento alivio.

Finalmente, todo el tema de las virtudes y enseñanzas básicas de todas las enciclopedias para papás se basan en la Biblia: los mandamientos, las Bienaventuranzas y el mandamiento de Jesús de amarnos los unos a los otros pueden ser un punto de partida interesante.

Y sí, nosotros como padres debemos buscar soplar esta vela no sólo el primer año, sino tal vez al final de la historia aquí, en la Tierra, cuando veamos que nuestros hijos realmente lo lograron. Soplar esa vela y cerrar nuestros ojos sabiendo que no sólo lo hicimos bien en el primer año, sino también el resto de sus vidas.