Crisis matrimoniales: ¿cómo superarlas y salir fortalecidos?

«No esperen caer en la armonía 

matrimonial al final de la luna de miel. 

Todavía no habrán visto a fondo las 

debilidades de ambos para entonces»

— Blanche Ebbutt.

Un simpático video sobre los desencuentros de la vida de casados de pronto se vuelve un poquitín «turbio». La creadora, Viola Baier quiso retratar la serie de desencuentros que surgen en los primeros años de matrimonio, y lo hace de un modo exquisito.

Usando los muñequitos de torta como «alter ego» de los protagonistas, que es una pareja de novios que piden un pastel para su boda.

Luna de miel… ¿Y después?

La primera crisis matrimonial propiamente dicha ocurre cuando terminan esos dos períodos que forman parte del inicio de toda relación: el enamoramiento y la luna de miel. Se acaba la miel, y comienza la hiel.

Nuestra cultura occidental hace un culto del amor romántico casi enfermizo. Las películas de Hollywood fogonean ese culto, y hay una característica clave en todas ellas: las películas terminan en la boda.

¿Y después? ¡Que el Buen Dios te ayude! La relación entre nuevas bodas y divorcios en Estados Unidos fue del 53% en 2011. Esto quiere decir que por cada 100 parejas que se casan, 53 ¡se «descasan»!

El romanticismo acaba cuando comienza la convivencia. La convivencia durante el enamoramiento, la fiesta del casamiento, la luna de miel, es normalmente muy fácil porque estamos en un momento mágico y porque la convivencia ocurre solamente durante esos momentos mágicos.

Tal como les pasa a los protagonistas de este corto, cualquier tema se va a seguir acumulando durante estos primeros meses de convivencia y en algún momento va a terminar en una crisis.

Cuando nos comenzamos a ver todos los días, cuando las «caras largas» comienzan a ser más frecuentes, cuando nos enfrentamos a lo cotidiano, la rutina nos comienza a digerir las mariposas en el estómago.

¿Por qué sucede esto?

Naturalmente, ¡No queremos que suceda así! ¡Queremos recuperar la magia del primer amor! Y comenzamos a ver qué es lo que cambió. Como nadie es buen juez de su propia causa, nuestro pensamiento sucede así: «Mi esposo/esposa cambió», «Antes no era así», «antes no me trataba así», «ya no es el mismo/ la misma de antes», «debería cambiar para ser como era antes». Y no es así.

No puede ser así, porque el período del enamoramiento terminó. Porque estamos hechos para ser felices juntos, pero enfocamos mal nuestra felicidad, porque no comprendemos que la felicidad está en ser feliz viendo feliz a la persona amada.

Cuando pensamos «tengo derecho a ser feliz» estamos comenzando a cavar la fosa que va a servir de sepultura del amor. No existe el «derecho a ser feliz». ¿A quién se le ocurre? ¡Existe la obligación de ser feliz! La felicidad no es nunca un estado.

La felicidad es un trabajo, es algo que tendremos que labrar día a día, algo que hay que merecer y conquistar. San Pío de Pietralcina decía: «Esposos, ¿ya no están enamorados? ¡Excelente! Ahora pueden comenzar a amar».

Crisis de la convivencia

La convivencia es difícil, ¡pero no por eso imposible! Los primeros meses después de la boda nos ayudan a poner los pies sobre la tierra. Nos damos cuenta que esa persona a la que considerábamos tan perfecta, tiene «algunos asuntillos» de personalidad.

Cuando nos enamoramos, es muy frecuente que veamos en el otro algo indefinible, mágico y misterioso que nos atrae con una fuerza irresistible. El problema es que eso indefinible que me atrae, es que la otra persona es casi opuesta a mí.

Si yo soy desorganizado, es probable, normal y frecuente que me sienta atraído por una persona muy organizada. Si soy una persona reservada y tranquila, es probable que me sienta atraído por una persona ruidosa e inquieta.

¿Por qué ocurre eso? Blaise Pascal lo decía así: «El amor tiene razones que la razón no entiende». En mi humilde opinión, existen factores instintivos que nos llevan a elegir a una persona que nos complementa. Uno podría llegar a pensar que se llevaría mejor con una persona que sea muy similar a uno, y sin embargo no es así.

Hace casi veinte años que estoy junto a una persona que es diametralmente opuesta a lo que yo soy, y el tiempo ha demostrado que es lo mejor que me podría haber pasado. Buscamos en el otro lo que a nosotros nos falta, pero luego, eso del otro que vimos como mágico y misterioso es lo que nos saca de quicio en la convivencia diaria.

El enamoramiento es «ceguera temporal»

Cuando estamos enamorados, justificamos que esa persona es completamente distinta a nosotros con frases grandilocuentes que nos sirven para engañarnos sobre lo que, con toda certeza va a venir cuando se «acabe la magia».

El que sea manirroto con el dinero va a decir del avaro con el que se va a casar :«Es que es tan organizado con los gastos, ¡Nada escapa a su control!». Y viceversa: el avaro dirá del manirroto: «Es que es tan desestructurado, y tan libre que da gusto!».

Necesariamente, todas estas justificaciones se terminarán cuando tengan que manejar juntos el presupuesto familiar (para este tema te súper recomiendo la conferencia online: «La cuentas claras y el amor intacto»). Y entonces, comenzará una lucha para que el otro se convierta en algo que no es, y comenzaremos a discutir por cada centavo que se gaste en la casa.

Así como ocurre con la economía, también tendremos discusiones sobre el orden dentro y fuera de la casa. Las tareas del hogar, cuántos niños tener, el trabajo, el color de las cortinas, el mantenimiento del auto, las vacaciones, la familia política, los amigos, y discutiremos «de omni re scibili et quibusdam aliis» (acerca de todo lo que se puede saber y de algunas cosas más).

Porque somos diferentes, y porque la convivencia saca esas diferencias a la luz, sacando también en el mismo acto, lo peor de nosotros mismos. Jamás se nos ocurrirá que tendremos que adaptarnos a nuestras diferencias, ¡De ninguna manera! Lo que tendremos que hacer es cambiar a nuestro cónyuge, para que se adapte a nuestra peculiar forma de ver la vida, y para que sea… ¡Algo que no es! ¡Y que tampoco puede ser!

Las razones de la crisis

En este corto vemos cómo esas pequeñas diferencias se acumulan en un resentimiento que cada vez parece más difícil de vencer. Significativamente, la mujer mantiene en su vestido de bodas la mancha de vino que nada parece borrar, y las pequeñas diferencias comienzan a ser cada vez más difíciles de superar, cada vez más infranqueables y cada vez más irrecuperables.

La escena del pastel de bodas termina con otra escena significativa: el hombre quiere que la mujer tenga «mejores pechos», hace una especia de «cirugía estética» y ella comienza a mostrarle que su panza deja bastante que desear, y que sería mejor tener más músculos.

Cuando las parejas llegan a este punto, ya no aceptan al otro tal cual es, sino que lo quieren «a su imagen y semejanza». Comienza la violencia, y comienza el fin del matrimonio.

Aquí entra a la perfección la frase de Marlene Dietrich: «La mayoría de las mujeres se empeñan en cambiar a un hombre, y cuando lo han conseguido ya no les gusta». Y no es que sean solamente las mujeres las que quieren cambiar a su marido.

También los hombres queremos que nuestras mujeres «dejen de molestarnos», pero en el fondo, lo que estamos queriendo con ese «dejar de molestar» tan genérico, es ¡que no sean mujeres! 

Resolver la crisis de la convivencia antes de que suceda

La crisis del inicio de la vida conyugal ocurre porque estamos llamados a formar un equipo, a poner lo mejor de nosotros mismos para formar un equipo formidable, un equipo imbatible en la vida.

Y la primera condición para formar un buen equipo es reconocer las cualidades de cada jugador, ponerlo a hacer lo que sabe hacer. Nadie se queja si Messi no ataja bien penales, porque a nadie se le ocurriría poner a Messi a atajar penales.

Nadie se queja si Diego Altube (el arquero actual del Real Madrid) no es un gran marcador de punta, porque a nadie se le ocurriría sacar a uno de los mejores arqueros del mundo a jugar y dejar el arco desprotegido.

Para que esta crisis inicial del matrimonio no suceda, la clave es «saber con quién me voy a casar» y amarlo con luces y sombras. No puedo esperar que mi cónyuge sea algo que no es, ni hacerme ilusiones de que «yo lo/la voy a cambiar» con el tiempo.

No, eso no sucede, y cuando sucede, comienza a haber un quiebre en el matrimonio, porque vamos a forzar al otro a ser algo que no es. Por supuesto que podemos cambiar para mejorar y madurar dentro del matrimonio, pero dentro de los límites estrictos de lo que somos realmente, y no dentro de los límites de lo que el otro quiere que yo sea.

Para poder hacer este equipo formidable e imbatible, tenemos que conocer en profundidad a la persona con la que nos vamos a casar, y para que ese conocimiento sea cabal y completo, tenemos que haber visto a la persona tal cual es.

Y para ello, los períodos de enamoramiento y noviazgo previos al matrimonio deberían ser no menos de 18 meses, y no más allá de 36 meses. Los psicólogos reconocen que, salvo patologías, el enamoramiento «mágico y misterioso» dura entre 12 y 18 meses, y que las parejas se asientan con la aceptación del otro alrededor de los tres años de conocerse.

La asistencia de la gracia

Cuando los fariseos le preguntan a Nuestro Señor sobre el divorcio, Él les dice que moisés permitió el «libelo de repudio». Jesús les contesta que «por la dureza del corazón de sus padres Moisés lo permitió», pero a partir de ese momento, el que desprecia a su mujer, comete adulterio.

Y es que para poder tener una convivencia pacífica, para poder formar ese equipo formidable, tenemos que tener la asistencia de la gracia santificante.

Muchas veces olvidamos que el matrimonio es un sacramento, es decir, un «signo sensible y eficaz de la gracia», y que por lo tanto debemos recurrir al sacramento para nuestra santificación personal y conyugal.

¿Y cómo se recurre a la gracia sacramental? ¡Pues yendo a la fuente de la gracia, que no es otro que Nuestro Señor! Tenemos que renovar nuestras promesas con cada Eucaristía, pidiendo a Nuestro Señor las gracias necesarias para hacer de nuestro matrimonio una casa fundada sobre la roca, que es Cristo. Pedir por nuestra propia santificación, la de nuestro cónyuge y nuestros hijos.

Solo de ese modo podremos tener un matrimonio santo, un matrimonio que sea luz para el mundo, y que nos facilite atravesar las crisis conyugales (que van a seguir ocurriendo) pero que con la asistencia de la gracia van a ser mucho más llevaderas y fáciles de sortear.

Para terminar, te invito a disfrutar de la conferencia online: «Te amo… pero no te soporto». Estoy seguro de que a ti a tu pareja les va a encantar, además ¡es gratis!