

Obtener grandes diplomas de honor, ese ascenso tan buscado, un carácter controlado (ese que ya no se enoja tanto y que ha aprendido a calmarse), ¡incluso! tener un cuerpo tonificado, «listo para el verano». ¿Qué tiene todo esto en común? Pues que para obtenerlos hace falta un ingrediente clave, la perseverancia.
En el video que les traemos hoy, Sofía Carreón Allande, nos comparte su propio testimonio y una reflexión acerca de la perseverancia que vale la pena desarrollar.
Los peores enemigos: el miedo y el desánimo
Y además le agregaría, el orgullo. Como dice el video, nuestras expectativas son tan altas que caemos en el perfeccionismo. Al ver que lo perfecto no se logrará en el primer intento, nos petrificamos. El miedo a fallar nos paraliza.
La voz negativa interna, de pronto, nos convence de que no seremos capaces de hacerlo, que nos faltan herramientas, conocimiento, cualidades, virtudes.
Si no tenemos cuidado, esa voz se hace tan fuerte que, al final, ya ni siquiera lo intentamos. Caemos en la frustración y el desánimo…
Sta. Teresita de Lisieux, una joven francesa carmelita, con fuerte tendencia a la depresión, pero que con solo 24 años de vida llegó a ser doctora de la iglesia nos deja una lección.
Ella solía tener muchos pensamientos negativos que la embargaban y la abrumaban hasta que descubrió que la confianza en Su Señor y la humildad (el reconciliarse con la idea de que todos nos equivocamos y que la perfección viene de nuestro Dios) eran la clave. Esta era su oración:
«Amado Señor, Tú conoces mi debilidad. Cada mañana me propongo ser humilde, y por la noche reconozco que a menudo he sido culpable de orgullo. La vista de estas faltas me tienta al desánimo; sin embargo, sé que el desánimo es en sí mismo una forma de orgullo. Deseo, por tanto, oh Dios mío, depositar toda mi confianza en Ti.
Como Tú puedes hacer todas las cosas, dígnate implantar en mi alma esta virtud que deseo, y obtenerla de tu infinita misericordia. Te diré a menudo: “Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo”.»
Propósito y perseverancia una buena dupla
Imaginemos entonces que hemos dado el primer paso. Nos hemos atrevido a intentar, nos hemos atrevido a vivir, a explorar un nuevo camino, ¿qué sigue?
El arrojo y el entusiasmo nos sirven para dar los primeros pasos, pero ¿cómo continuamos? En el video, Sofía nos hace caer en cuenta de lo siguiente:
«La motivación no es tener ganas de hacer las cosas, la motivación es tener claro por qué haces lo que haces.»¿Cuántas veces en nuestra vida hemos dicho: «ay, lo que me falta es motivación» cuando en realidad, lo que necesitábamos era visión, era identificar nuestro propósito.
«Es el porqué el que te levanta, el que te lleva a hacer las cosas y terminarlas.» Inevitablemente, encontraremos dificultades, tragos amargos, vicisitudes que harán que el camino luzca imposible.
A veces, no es algo tan dramático, a veces es simplemente haber caído en la rutina, en el aburrimiento y haber perdido el interés. Para bien o para mal, que ocurra esto es algo ineludible, va a suceder.
Puede ser en nuestros estudios, en el trabajo, en nuestras relaciones. Ya nuestro Señor nos daba catequesis frente a este reto cuando decía: «Pero tengo esto contra ti: que has dejado tu primer amor» (Ap 2, 4).
¡Qué importante es identificar nuestro propósito!, aquel «primer amor» que encendió nuestro entusiasmo, despertó nuestras ganas y nos llevó a soñar.
Ciertamente, la vida no es una carrera de velocidad, es una maratón. Para comenzar a trabajar por un sueño, se necesita un impulso de energía que nos lleva de cero a uno; pero para seguir, requerimos de una energía sostenida por la visión de la meta y por el cotidiano recuerdo del porqué corremos, de aquello que nos llevó a empezar.
El mundo necesita de ti
Parece claro que tener en cuenta el propósito, activará nuestra perseverancia. Entonces la clave es identificar nuestro propósito personal.
Hace poco escuché una charla de una reconocida psicóloga dirigida a estudiantes de secundaria próximos a postular a la universidad. Por supuesto, la mayoría está en búsqueda de su vocación (¡si supieran que esa búsqueda no se termina con la elección de la carrera!).
En todo caso, ella les hizo una pregunta poderosa: «Si tuvieras un súper poder, solo uno, ¿qué cambiarías en el mundo?» La respuesta, ciertamente, nos puede dar luces de aquello que nos conmueva hasta el fuero más íntimo de nuestro ser, de aquello que sea capaz de despertar nuestro compromiso más férreo.
Como católicos, sabemos que todos estamos llamados a la santidad, esa es la vocación por excelencia. El desafío es encontrar de qué forma nos toca ser santos. El camino de cada persona es único.
Sta. Teresita de Lisieux encontró su propósito. San Carlo Acutis, el primer millenial santo, encontró el suyo. Aunque ambos tuvieron caminos muy distintos, tuvieron el mismo destino: Dios.
Con la gracia de Dios, nuestro propósito estará acorde al tiempo en que vivimos, personalidad, espacio geográfico, etc. Pero es un paso en el que el primer movimiento lo tenemos que hacer nosotros.
Como para animarnos a hallar nuestro lugar en el mundo y camino hacia la plenitud, les comparto una oración escrita hace 500 años por Sta. Teresa de Ávila, otra gran doctora de la iglesia:
«Cristo no tiene cuerpo, sino el tuyo, no tiene manos, o pies en la tierra, sino los tuyos; tuyos son los ojos con los que ve la compasión en este mundo, tuyos son los pies con los que camina para hacer el bien, tuyas son las manos con las que bendice todo el mundo. Tuyas son las manos, tuyos son los pies, tuyos son los ojos, eres tú Su cuerpo. Cristo no tiene otro cuerpo sino el tuyo.»
Asimismo, San John Henry Newman, un santo inglés, académico y lumbrera de la fe del siglo 19, enfatiza que tenemos una misión específica. Nos dice que nuestro propósito es único y personal. Somos necesarios para hacer realidad desde ya, el Reino de Dios en este mundo. El santo lo escribe así:
«Dios me conoce y me llama por mi nombre…
Dios me ha creado para hacerle un servicio específico;
Me ha encomendado un trabajo que no ha encomendado a otro.
Tengo mi misión […].»
Pidamos a nuestro Señor la gracia de identificar prontamente nuestra misión, nuestro propósito, aquel que nos ayudará a continuar nuestros proyectos con perseverancia.
La perseverancia y la santidad: Comenzar y recomenzar
Queda claro que no puede haber santidad sin perseverancia. Ya sea que suceda en nuestra vida personal, profesional o espiritual, llegará el momento de la caída, del fracaso. Es allí donde la perseverancia, que viene desde la humildad, saldrá a relucir, pues como dice nuestro Papa Francisco: «La perseverancia es el don de Dios con el que se conservan los demás dones.»
El Papa Francisco define a la perseverancia también como paciencia: «es la capacidad de soportar, llevar sobre los hombros, “soportar”, de permanecer fieles, incluso cuando el peso parece hacerse demasiado grande, insostenible, y estamos tentados de juzgar negativamente y de abandonar todo y a todos…»
Para terminar, comparto algunas pepitas de sabiduría de San Josemaría Escrivá de Balaguer, propuestas en uno de sus libros más conocidos: Camino.
«Comenzar es de todos; perseverar, de santos. Que tu perseverancia no sea consecuencia ciega del primer impulso, obra de la inercia: que sea una perseverancia reflexiva.» (Camino 983)
«Te apartaste del camino, y no volvías porque te daba vergüenza. Es más lógico que te diera vergüenza no rectificar.» (Camino 985)
«[…] Persevera y «subirás». Recuerda lo que dice un autor espiritual: tu pobre alma es pájaro, que todavía lleva pegadas con barro sus alas. »
Hacen falta soles de cielo y esfuerzos personales, pequeños y constantes, para arrancar esas inclinaciones, esas imaginaciones, ese decaimiento: ese barro pegadizo de tus alas.
Y te verás libre. Si perseveras, «subirás».» (Camino 991)
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