

Hace unos días volvimos de vacaciones con mi familia, y la experiencia no podría haber sido mejor. ¡Todos los días soleados! ¡Buen clima, buenas compañías, buena comida y buenas actividades todos juntos! Tuvimos vida al aire libre, mucho tiempo de conversación, lectura, paseos por lugares soñados, visitas a familiares y a amigos muy queridos.
Las vacaciones son siempre un momento de alegría y de encuentro. Nos pasamos 350 días por año esperando que lleguen esos 15 días en los que vamos a “disfrutar la vida a pleno”. Y generamos tantas expectativas por esos 15 días, que cualquier contratiempo nos puede arruinar este tiempo.
A la pobre familia que vemos en este divertido video, les pasan todas juntas. Todas las expectativas que habían puesto para sus días de descanso se desvanecen apenas llegan a la casa, y luego cada cosa que les pasa es para ellos una desgracia. Por eso, al terminar las vacaciones, están felices de subirse al auto y volver a su vida monótona, porque la aventura les resultó demasiado “aventurera”.
Las falsas expectativas que nos generamos, muchas veces tienen que ver con una actitud soberbia, con pensar que “nos merecemos” algo. Cuando llegamos a un lugar de vacaciones y pagamos un precio carísimo por el alojamiento, es razonable que esperemos que el lugar sea acorde al precio que pagamos. Pero muchas veces esa actitud que es tan razonable cuando pagamos por un servicio, se convierte en una actitud de exigencia, casi arrogante frente a las pruebas que nos manda Dios. Por ejemplo, he escuchado muchas veces a algunas personas de bien quejarse de: ¿Por qué Dios me envía estas pruebas, si yo intento portarme bien? Es como si Dios les debiera una vida sin sobresaltos solamente porque “intentan” portarse bien.
Otras veces, las expectativas puestas sobre nuestra elección de vida pueden llevarnos a esa misma arrogancia. Por ejemplo, cuando la vida de casados, en la que pusimos tantos anhelos durante nuestra vida, no se ajusta a esas idealizaciones, y queremos ponerle fin porque “tenemos derecho a ser felices”. Lo mismo que la familia de la publicidad, queremos volver al estado anterior, que es lo conocido, y creemos que la felicidad está atrás y no adelante.
Los bienes de esta tierra, todos los bienes, incluso nuestras vacaciones, incluso la ausencia de bienes están ordenados a nuestra salvación eterna. Cuando Dios permite que nos suceda algún mal, por más pequeño que este sea, lo permite porque espera que, aprendamos a disfrutar hasta de los contratiempos que tenemos.
Cuando un contratiempo aparece en nuestra vida, tendremos que aprender a agradecer a Dios, aun cuando no lo comprendamos a primera vista. Un buen ejemplo que se me ocurre es el caso de una conocida que venía en bus desde Salta, muy al norte de Argentina, hasta Buenos Aires. Y le rezó al ángel de la Guarda para que la protegiera durante el viaje. Llegando a Santiago del Estero, esta persona se bajó unos minutos del bus para comprar algo de comida, ya que el viaje era muy largo y el bus no tenía servicio de cena a bordo. Cuando regresó, se dio cuenta de que el bus había partido sin ella. Así que estaba varada, a 1000 km de su destino, sin su equipaje. Comenzó a protestarle a su Ángel de la guarda, diciéndole que le había pedido que la cuidara, cuando ve pasar varias ambulancias a gran velocidad por la ruta. Iban a socorrer al bus en el que ella viajaba, que había tenido un grave accidente, y habían muchos heridos.
Recuerdo un sermón de mi adolescencia, cuando el sacerdote habló sobre la parábola de los obreros de la viña, que el patrón a todos da un denario. El padre decía que de los bienes de este mundo, Dios podría haber dispuesto de tres formas.
- Dando bienes a los que hacen el bien y males a los que hacen el mal. Pero entonces ya no tendría hijos, sino esclavos que harían el bien solamente para obtener bienes, y todos evitarían el mal para evitar los males asociados.
- Dando males a los que hacen el bien y bienes a los que hacen el mal. Pero eso haría imposible hacer el bien. Solamente un masoquista podría hacer el bien.
- Dando a todos por igual, “haciendo salir el sol sobre justos e injustos” (Mt 5, 45), que es como la sabiduría de Dios determinó que tienen que ser las cosas.
Dios tiene tres posibles respuestas a nuestras oraciones: ¡Sí!, ¡No todavía! y ¡Tengo una mejor idea! Saber discernir, cuando le pedimos algo y ese algo que le pedimos no llega, es la clave de la fe práctica en la Divina Providencia. Si sabemos que tenemos un padre amante, y que ese padre siempre quiere lo mejor para nosotros, tenemos que saber confiar en que «en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rm 8,28). El fin de todas las almas es que lleguen a conocer a Dios, así que Dios nos da los medios con los que podremos llegar a él. ¡Pero no siempre es fácil!
El Papa Benedicto XVI dijo:
«Así, en nuestra oración “debemos aprender a confiar más en la divina providencia, pedir a Dios la fuerza para salir de nosotros mismos y renovar nuestro ‘sí’, para decirle: ‘hágase tu voluntad’, para conformar nuestra voluntad con la suya. Es una oración que debemos repetir a diario, porque no siempre es fácil confiarse a la voluntad de Dios».
Así que, la próxima vez que nos lleguen contratiempos pidámosle al buen Dios que nos ilumine sobre para qué nos manda esas dificultades, y qué quiere que hagamos nosotros. ¡Siempre sus planes son mucho mejores que los nuestros!
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