Hola familia, ¿cómo están? Seguramente atentos al desarrollo del coronavirus. Debemos lavarnos las manos seguido con jabón, estornudar cubriéndonos con el codo, ponernos mascarilla si tenemos gripe para no afectar a los demás, y seguir todas las recomendaciones de las autoridades de sus localidades.

Si el virus llegó a tu vida o a tu casa, ¡Mucha fuerza! No dejes que el desánimo contagie tus esperanzas. Caminamos de la mano del Dios de la vida. ¿Lo recuerdas, verdad? Pero hoy precisamente no hablaremos del coronavirus, sino de otro virus quizá más peligroso aún.

Que está matando sueños, comunidades, amistades, proyectos apostólicos. Movimientos juveniles, fraternidades, y sobre todo, está matando en muchos lugares ese mandamiento nuevo que nos dejó Jesús.

Me refiero al virus de la división. Aquél que puede atacar a una comunidad parroquial en algún pequeño pueblo de Latinoamérica como también a un grupo de obispos en la Curia Romana. Nadie está libre, pero todos podemos estar a salvo.

Quiero compartir con ustedes cinco claves que nos pueden ayudar a prevenir la llegada de este mortal virus de la división a nuestros espacios de Iglesia.

1. Hermanos sobre todas las cosas

¿Es difícil verdad? Lo sé. A veces nos gustaría desaparecer a ese miembro de la comunidad porque no lo soportamos más y no aguantamos sus actitudes y sus comportamientos. ¡Qué se largue ya! Pero detengámonos aquí.

No podemos olvidar que somos seguidores de Jesús. Es decir, seguidores de una comprensión del amor que es muy radical, extraña y hasta media loca. Creemos en un amor que convierte a los enemigos en hermanos. No los quiere lejos, sino los quiere cerca para servirles. No los odia, los ama.

Nuestro mandamiento nuevo, nuestra brújula para vivir no se basa en la división, en tirar piedras para castigar o desaparecer a la gente. Al contrario, cuando tengamos ganas de hacerlo, nosotros recordemos que antes de ser jueces, somos un hospital de campaña llamado Iglesia Católica.

Que nos invita a ver a esa persona «detestable» como alguien que necesita ayuda, que está herido, que está viviendo una situación difícil. Que quizá está confundido, quizá no es tan consciente de sus decisiones, quizá no necesita más piedras, sino un poco de compasión.

Sobre todo de sus hermanos más cercanos, de ti y de mí. Antes que ser el «coordinador de catequesis», el «párroco», «el asesor del grupo», el «ecónomo de la comunidad religiosa», «el ministro de eucaristía» o «la encargada de formación». Es tu hermano, tu hermana.

Y a los hermanos no se les mata ni con piedras, ni con miradas, ni con gestos, ni con murmuraciones a sus espaldas, ni con chismes, ni con indiferencia. A los hermanos se les ama, hasta el extremo, no hay letras chiquitas en el contrato, no hay otro camino. Por ahí camina Jesús, ¿qué dices? ¿lo sigues?

2. Practica el perdón, es gratis

Un gran amigo y maestro, Alberto Linero, nos dijo una definición del perdón que suena como un tweet de esos que se vuelven virales. «El perdón es decirle a la otra persona que la amistad que tienen vale mucho más que cualquier error que haya podido cometer».

¡Wow! Piensa en aquella persona de tu comunidad con la que tienes un problema, quizá habló mal de ti, no te tomó en cuenta, te acusó de algo que no hiciste. No te confía responsabilidades, te pone en cargos que no responden a tus talentos, o se hirieron en alguna discusión porque no cuidaron sus formas de hablar. ¡Reina la división!

Y aquí la pregunta… ¿realmente eso que pasó vale mucho más que tu relación de hermandad? Pero ojo, el perdón no es un borrador mágico que hace que las cosas se olviden y todo vuelva a ser Disney, no. El perdón es apostar por vivir desde el amor con esa persona esta situación concreta.

Es un proceso que se hace día a día. Y que incluye mirarla con compasión otra vez, dialogar sus diferencias con honestidad. Confiar en su palabra con esperanza, y volver a construir una relación con mucha responsabilidad sin que ninguna de las partes se victimice.

Sino por el contrario, luchando por convertir su enemistad en hermandad, no solo una vez, ni dos, sino setenta veces siete.

3. Somos diferentes, bienvenido a la Iglesia

Pensamos diferente, ¿Y qué tiene de malo? Es demasiado triste convertir las redes sociales en escenarios de guerra para que nos peleemos como católicos. ¿Qué imagen estamos dando? Hemos cambiado el «miren cómo se aman» por el «miren cómo se pelean».

Nos estamos haciendo un profundo daño al etiquetarnos. Eso es un síntoma clarísimo de que el virus se metió y nos está matando. Los «progres», los «tradis», «los rojos», «los conservadores», «los pro Francisco». Los «pro Benedicto», «los fanáticos», los «light», «los espirituales», «los académicos», «los activistas».

¿Dijiste alguna vez alguna de estas palabras? ¡Cuidado! El virus de la división se nos mete y los síntomas se reflejan en los memes que diseñamos, en los comentarios de Facebook que hacemos. En los artículos que escribimos, en los medios de comunicación más conocidos de la Iglesia, en las cadenas que compartimos en WhatsApp.

Y poco a poco vamos minando la unidad de nuestra Iglesia. ¡Hablemos! Tomémonos cafés, provoquemos conversaciones, diálogos, debates. Obviamente no tenemos que estar de acuerdo en todo, no le tengamos miedo al conflicto ni a criticarnos ni a cuestionarnos.

Pero cuando lo hagamos, ¡cuidemos la caridad! No olvidemos el punto uno, que sobre todas las cosas somos hermanos, hijos del mismo Padre y del mismo mandamiento nuevo. Conozcamos más por qué el otro piensa así, qué hay detrás, qué le está abriendo camino a la división.

Seguro no está loco ni es el nuevo anticristo. Quizá es la pieza del rompecabezas que necesitamos. Y nosotros, la que esta persona necesita. Apostemos por la comunión. No nos tiremos más piedras. Quitémonos nuestro manto, tomemos nuestra toalla, pongamos agua en un recipiente, y empezamos a lavarnos los pies, en conmemoración suya.

4. Reza por esa persona y con esa persona

Mientras escribo este artículo pienso en dos personas con las que en este momento tengo conflicto en la Iglesia y me da pánico decirles que recemos un día juntos. Me da miedo, vergüenza, creo que sería muy incómodo, porque amar a los que están siendo tus enemigos en este momento no es nada fácil.

Es como que te latiguen el ego, es como que te crucifiquen tu orgullo. Pero tengo una certeza tan grande, que si hablo con ellos para ir juntos a ponernos frente al Santísimo, o frente a su Palabra, o frente a la Eucaristía, o frente a la naturaleza para contemplar la armonía de su creación. Nos vamos a sentir cuestionados, confrontados, y llamados a convertir nuestra indiferencia, en una gran evidencia de que el mensaje que anunciamos no es mentira.

Para prevenir el virus de la división sirve mucho orar por esas personas con las que no esta siendo tan fácil la hermandad. Pero orar con esas personas, debe ser una fuente de milagros. Quisiera atreverme, quisiera vivirlo. ¿Y tú? ¿Te atreverías a escribirle a esa persona e invitarla a orar juntos en esta semana?

Si lo haces, bienaventurado seas, porque el Reino de Dios no está cerca, ya llegó. ¡Mucho Ánimo! Vivir como hermanos en medio de nuestras diferencias es la evidencia más creíble de que el Dios que llamamos Padre Nuestro ¡Está más vivo que nunca!

¡Que tengas una excelente semana! Protégete de los virus y que el buena gente de Asís nos ayude a convertirnos cada día más en instrumentos de paz y bien. ¡Vamos!