Los ciudadanos de la ciudad de Dios, temen, desean, se duelen, se regocijan, y, porque su amor es recto, lo son también todos sus afectos.

La doctrina cristiana sujeta el espíritu a Dios, para que lo guíe y asista; y sujeta al espíritu todas las pasiones, para que las refrene y modere, de suerte que queden todas ellas reducidas al servicio de la justicia y de la virtud.

«La voluntad recta es el amor bueno; la voluntad mala es el amor malo», es decir, para expresarlo en pocas palabras, el amor de tal manera domina la voluntad que la vuelve según es él — Tratado del amor a Dios, cap. IV