La vida cristiana es un combate espiritual. La experiencia carismática del Espíritu no eleva al creyente por encima de este conflicto ni lo aparta del mismo; al contrario, se lo agudiza porque lo hace vivir entre dos mundos igualmente reales, pero en tensión entre sí. Le exige vivir «según el espíritu», estando «en la carne». Nuestra confianza en medio de esta lucha, gracias al Paráclito, es tal que no desfallece ante la derrota. Se lee en las historias de los Padres del desierto que un monje caía con frecuencia, por la noche, en el pecado de la carne, pero no por so dejaba de rezar y gemir, después de cada caída. — Ven Espíritu Creador. Pag, 349