Cuando somos combatidos por algún vicio, es preciso, en la medida de lo posible, emprender la práctica de la virtud contraria, haciendo que todas las demás cooperen, pues así venceremos a nuestro enemigo y no dejaremos de avanzar en todas las virtudes. Si me siento combatido por el orgullo o por la ira, será menester que, en todas las cosas, me incline y me doblegue del lado de la humildad y de la mansedumbre, y que, hacia este fin, enderece los demás ejercicios de la oración, de los sacramentos, de la prudencia, de la constancia, de la sobriedad.

Porque así como los jabalíes para afilar sus defensas, las frotan y afirman con los demás dientes, los cuales, a su vez, quedan con ello muy finos y cortantes, así el hombre virtuoso, después de haber cometido la empresa de perfeccionarse en la virtud que le es más necesaria para su defensa, la ha de pulir y limar con el ejercicio de las demás virtudes, las cuales, a la vez afilan aquella, se hacen ellas mismas más excelentes y perfectas, como le ocurrió a Job, que, al practicar, de un modo especial, la paciencia, contra las tentaciones que le acometieron, se hizo santo y virtuoso en toda suerte de virtudes. — Introducción a la vida devota. Pag, 33