

El hombre está llamado a vivir en su interior y a ser tan dueño de sí mismo como únicamente puede serlo desde allí; solo desde allí es posible un trato auténticamente humano aun con el mundo; solo desde allí puede hallar el hombre el lugar que en el mundo le corresponde. Pero aun siendo esto así, ni él mismo llega nunca a penetrar del todo en ese interior suyo. Es un secreto de Dios cuyos velos solo Él puede levantar, en la medida que a Él le plazca. Pero, eso sí, el hombre ha sido constituido dueño de ese reino suyo íntimo; puede mandar en él con entera libertad; pero también le incumbe el deber de guardarle como tesoro precioso que le ha sido confiado. Y aún le cabe una gloria mayor dentro del reino de los espíritus: es la gloria de que los mismos ángeles han sido encargados de su custodia. — La Ciencia de la Cruz. Pag, 19o