

San Pablo deseaba ser el buen olor de Jesucristo. La expresión se ha hecho proverbial. Como la violeta o el ciclamen, escondidos bajo un macizo de hojarasca, revelan su presencia por su perfume, así, sin que tenga que predicar, que cansar o que reprender, el cristiano, con su sola presencia, ha de poder decir: Cristo no está lejos, pues respiramos su perfume.
Este modestísimo tributo será muchas veces lo más claro de nuestra acción misionera; pues en verdad esta no es la obra, sino la obra de Dios, que se sirve de los más mediocres instrumentos para extender su reino. — En lo secreto, pág. 159