Debemos cumplir nuestro deber porque es nuestra obligación y por el simple deseo de agradar a Dios, y ello tanto en la tempestad como en la calma. La verdadera y santa ciencia consiste en dejar a Dios que haga y deshaga en nosotros y en todas las cosas lo que le plazca, sin otra voluntad ni elección, reverenciando en profundo silencio lo que, por nuestra humana debilidad, el entendimiento no acierta a comprender, porque sus designios pueden a veces estar ocultos, pero siempre son justos. El tesoro de las almas puras no está en recibir bienes y favores de Dios, sino en darle gusto, no queriendo ni más ni menos que lo que Él nos da. — En las Fuentes de la Alegría. Pag, 21