Solo Jesús sabe cuán pesado y difícil es cumplir con sus deberes cuando el alma se encuentra en ese estado de tormentos interiores, las fuerzas físicas están debilitadas y la mente ofuscada.

En el silencio de mi corazón me repetía: Oh Cristo, para Ti las delicias y el honor y la gloria, y para mí el sufrimiento. No retrasaré ni un solo paso para seguirte, aunque las espinas hieran mis pies. —La Divina Misericordia y mi alma. Pag, 36