La crueldad es vergonzosa, a menos que el hombre cruel consiga presentarla como una broma pesada. Mil chistes obscenos, o incluso blasfemos, no contribuyen a la condenación de un hombre tanto como el descubrimiento de que puede hacer casi cualquier cosa que le apetezca no solo sin la desaprobación de sus semejantes, sino incluso con su admiración, simplemente con lograr que se tome como una broma. (…) Cualquier insinuación de que puede ser demasiado humor, por ejemplo, se le puede presentar como «puritana», o como evidencia de «falta de humor». Pero la ligereza es la mejor de todas estas causas. En primer lugar, resulta muy económica: solo a un humano inteligente se le puede ocurrir un chiste a costa de la virtud (o, de hecho, de cualquier otra cosa); en cambio, a cualquiera le podemos enseñar a hablar como si la virtud fuese algo cómico. Las personas ligeras suponen siempre que son chistosas; en realidad, nadie hace chistes, pero cualquier, tema serio se trata de un modo que implica que ya le han encontrado un lado ridículo. Si se prolonga, el hábito de la ligereza construye en torno al hombre la mejor coraza que conozco frente al Enemigo, y carece, además, de los riesgos inherentes a otras causas de risa. Está a mil kilómetros de la alegría; embota, en lugar de agudizarlo, el intelecto; y no fomenta el afecto entre aquellos que la practican – Cartas del diablo a su sobrino.