Siempre he pensado que lo mejor del cielo deben de ser sus santos anónimos, los desconocidos, los que jamás serán canonizados ni aparecerán en ningún calendario, los San Juan García, San Pepe Rodríguez, San Luis Martínez, Santa María González o Santa Luisa Pérez. Porque, naturalmente y por fortuna en el cielo hay muchísimos más santos que los que la Iglesia reconoce oficialmente. Aquí en la tierra hacemos las cosas lo mejor que sabemos —que es bastante mal—, pero en el cielo hilan muchísimo mejor y más fino. Y así, en la Gloria habrá montones de buena gente. Tan buena gente que ellos mismos se habrán llevado una sorpresa gordísima al encontrarse con que arriba les rinden culto, cuando ellos creían ser «de lo más corriente». Y es que resulta que para ser santo no hay que hacer nada extraordinario. Basta con hacer extraordinariamente bien las cosas ordinarias.