¡Cuán grandes gracias y loores se te deben por tales mercedes! ¡Oh cuán saludable fue tu consejo cuando ordenaste este altísimo Sacramento! ¡Cuán suave y cuán alegre convite, cuando a ti mismo te diste en manjar! !Oh cuán admirable es tu obra, Señor! !Cuán grande tu virtud! ¡Cuán inefable tu verdad! Por cierto tú dijiste, y fue hecho todo el mundo, y así esto es hecho, porque tú mismo lo mandaste. Maravillosa cosa, y digna de creer, y que vence todo humano entendimiento es, que tú, Señor Dios mío, verdadero Dios y Hombre, eres contenido enteramente debajo de aquella pequeña especie de pan y vino, y sin detrimento eres comido por el que te recibe. Tú, Señor de todos, que no tienes necesidad de alguno, quisiste morar entre nosotros. — La Imitación de Cristo. Página, 169