

¿A quién te diriges, alma mía? Me dirijo a ti, Padre eterno; y te suplico a ti, Dios benignísimo, que a nosotros todos y a tus servidores nos hagas partícipes del ardor de tu caridad. Dispón, Señor, nuestras almas para recibir el fruto de las oraciones y de la doctrina, que se expanden por medio de tu luz y tu caridad…Yo llamo a la puerta de tu verdad; busco y grito ante tu divina Majestad, y suplico misericordia a los oídos de tu clemencia por todo el mundo, y singularmente por la santa Iglesia, porque he conocido en la doctrina del Verbo que quieres que continuamente me alimente de este santo manjar. — Catalina de Siena: La Celda Interior, Pag 16