

Dios es el alma de mi alma, la vida de mi vida, la realidad total y totalizante dentro de la cual estamos sumergidos; con su fuerza vivificante penetra todo cuanto tenemos y cuanto somos. En un poema intentaré decir todo esto. «No estás. No se ve tu rostro. Estás. Tus rayos se disparan en mil direcciones. Eres la presencia escondida. ¡Oh presencia siempre oscura y siempre clara! ¡Oh misterio fascinante al cual convergen todas las aspiraciones! ¡Oh vino embriagador que satisfaces todos los deseos! ¡Oh infinito insondable que aquietas todas las quimeras! Eres el más allá de todo y el más acá de todo. Estás sustancialmente presente en mi ser entero. Tú me comunicas la existencia y la consistencia. Eres la esencia de mi existencia. Me penetras, me envuelves, me amas. Estás en torno de mí y dentro de mí. Con tu presencia activa alcanzas hasta las más remotas y profundas zonas de mi intimidad. Eres el alma de mi alma, la vida de mi vida, más «Yo» que yo mismo, la realidad total y totalizante dentro de la cual estoy sumergido. Con tu fuerza vivificante penetras todo cuanto soy y tengo. Tómame todo entero, oh Todo de mi todo, y haz de mí una viva transparencia de tu Ser y de tu Amor». — Muéstrame tu Rostro. Pag, 119