

Qué agradable me resultó dejar de golpe las dulzuras de los goces sensuales de la vida y de las frivolidades. Antes tenía miedo de perderlas y ahora sentía gozo de dejarlas. Eras Tú quien las había alejado de mí. Tu suavidad verdadera las iba alejando de mí y llegabas Tú en lugar de ellas. Tú eras más suave y más agradable que todos los placeres, aunque tus gozos no son para los sentidos corporales. Tú, Señor Dios, que eres más resplandeciente que toda la luz, más escondido que todos los secretos, más alto que todos los honores y que no te haces presente a los que están elevados a sus propios pies. — Autobriografía de San Agustín, Pag 246