

Salvarse, según Jesús, es hacerse progresivamente niño. Para la sabiduría del mundo, esto es algo completamente extraño porque establece una inversión de valores y juicios. En la vida humana, según las ciencias psicológicas, el secreto de la madurez (salvación) está en alejarse progresivamente de la unidad materna y de cualquier clase de simbiosis, hasta llegar a una completa independencia y en mantenerse en pie sin apoyo alguno. En cambio, en el programa de Jesús, dentro de una verdadera inversión copernicana, la salvación consiste en hacerse cada vez más dependiente, en no mantenerse en pie sino apoyado en el Otro, en no obrar por propia iniciativa sino por iniciativa del Otro y en un avanzar progresivamente hasta una identificación casi simbiótica, hasta —si cabe— dejar de ser uno mismo y ser uno con Dios porque el amor es unificante e identificante; en una palabra, vivir de su vida y de su espíritu. — Muéstrame tu rostro. Pag, 212