

Es cierto: la mayoría de los humanos se derrumban mucho más por la cuesta de la vulgaridad que por la del mal. Muchos iniciaron su juventud llenos de sueños, proyectos, de planes, de metas que tenían que conquistar. Pero pronto vinieron los primeros fracasos o descubrieron que la cuesta de la vida plena es empinada, que la mayoría estaba tranquila en su mediocridad, y decidieron balar con los corderos.
Porque el gran riesgo de la mediocridad es que se trata de una enfermedad sin dolores, sin síntomas muy visibles. Los mediocres son o parecen, si no felices, al menos tranquilos. Y en esa especie de ciénaga tranquila interior es muy difícil que esa mediocridad llegue a hacérseles –como a Hossein– «insoportable».
Con frecuencia es necesario un gran dolor para que logremos descubrir cuán mediocres somos. Y hace falta un terrible esfuerzo para salir de la mediocridad y no regresar a ella de nuevo. —Razones para Vivir. Pag, 4