

Son tan numerosos esos niños de todas las razas del mundo que son capaces, con la gracia de Dios, de llegar a ser discípulos predilectos de Cristo, pero que no han encontrado el apóstol que les muestre al Maestro. No puedo desinteresarme de ellos… Son mis hermanos de la tierra, destinados a ser hermanos de Cristo. Los pescadores y labradores, los mercaderes en sus toldos de la China, los pescadores de perlas que descienden al océano, los mineros del carbón que se encorvan en las vetas de la tierra, los trabajadores del salitre, los del cobre, los obreros de los altos hornos que tienen aspiraciones grandes y dolores inmensos que sobrellevar, de su propia vida y la de sus hogares. Cristo me dice que no amo bastante, que no soy bastante hermano de todos los que sufren, que sus dolores no llegan bastante al fondo de mi alma, y quisiera, Señor, estar atormentado por hambre y sed de justicia que me torturara para desear para ellos todo el bien que apetezco para mí — Un fuego que enciende otro fuegos. Pag, 103