Cuando el fuego se acerca al leño, en primer lugar lo ilumina, lo alumbra y lo aviva; esta fase correspondería a un misterio gozoso: el amor divino que se nos revela también a nosotros nos da luz y calor. Si el fuego se aproxima aún más, en un primer momento los efectos son aparentemente inversos: en contacto con la llama, el leño comienza a oscurecer, a despedir humo, a oler mal y a desprender brea y otras sustancias desagradables. Se trata de la efusión dolorosa: el alma, penetrada más hondamente por la implacable luz divina, experimenta su miseria, su pecado y su absoluta impureza — La libertad interior, Pag 44