

He aquí cómo en el placer mismo del cuerpo hay algo que nos recuerda que debemos estar por encima de ello, no porque el cuerpo sea malo por naturaleza, sino porque es una vergüenza revolcarse en los goces más bajos cuando se nos ha otorgado la facultad de unirnos y gozar de cosas más elevadas. — ¿Por qué creer?, cap. XLV, 83