

Yo temo mucho que nos hayan educado demasiado para la perfección. Y no es lo malo el buscar la perfección, lo peligroso es amarla de tal manera que, para evitar errores, se termine no en la perfección, sino en la más absoluta mediocridad.
Porque para muchos padres y superiores la gran norma pedagógica es: «en caso de duda, apueste usted siempre por el no, elija el estarse quieto». Quienes tanto temen equivocarse prefieren esquivar todo riesgo y se condenan a no vivir o a vivir acorazados.
Y así es como muchos se van mutilando de todo lo importante (porque todo lo importante es arriesgado) y se van volviendo solemnes y secos, perfectísimos e inútiles, pensando —incluso—que hacen un honor a Dios no utilizando —para no exponerse a mancharlo—el regalo de la vida que él les dio.
Con las preocupaciones ocurre lo mismo. ¿Cuántas son reales y cuántas imaginarias? Si un día hiciéramos balance de todo lo que hemos sufrido, descubriríamos que en el noventa por ciento de los casos no sangrábamos por lo que nos ocurría, sino por lo que temíamos que nos pudiera ocurrir. Y que en la mayoría de estos sufrimientos anticipados, al final nunca ocurría eso que nos había hecho sufrir innecesariamente. — Razones para la alegría, 16