

No conquistamos la perfección por la multiplicidad de cosas que hacemos, sino por la exactitud y pureza de intención con que las hacemos. Pongamos todo nuestro interés, no en redoblar nuestros deseos ni nuestras obras, sino en aumentar la perfección de lo que hacemos, tratando así de ganar más por un solo acto, cosa que indudablemente lograremos, que por otros cien hechos siguiendo nuestra inclinación y nuestro gusto. Hay que hacer crecer ese amor por las raíces y no por las ramas. Crecer por las ramas es querer hacer una infinidad de actos de virtud, muchos de los cuales son no solamente defectuosos, sino a menudo hasta superfluos, parecidos a esos pámpanos inútiles de la vid que hay que cortar para que engorden las uvas. Crecer por la raíz, por el contrario, es hacer pocas obras, pero con mucha perfección, o sea, con gran amor de Dios, pues en esto consiste la perfección del cristiano. — En las fuentes de la alegría. Pag, 13