

Debemos sacudirnos todo sentido de impotencia y de resignación. Tenemos ante nosotros, es verdad, un mundo cerrado en su secularismo, embriagado por los éxitos de la técnica y por las posibilidades ofrecidas por la ciencia, que rechaza el anuncio evangélico. Pero ¿era quizá menos seguro de sí mismo y menos refractario al Evangelio el mundo en el que vivían los primeros cristianos, es decir, los griegos con su sabiduría y el Imperio Romano con su potencia?
La tarea práctica que las dos parábolas de Jesús nos asignan es la de sembrar. Sembrar con generosidad «a tiempo y a destiempo»(2 Tm4, 2). El sembrador de la parábola que sale a sembrar no se preocupa por el hecho de que parte de la semilla termine en el camino o entre las espinas. ¡Y pensar que el sembrador, aparte de la metáfora, es el mismo Jesús! — Como la estela de una nave, cap. I