Si tenemos, por una parte, que nada podemos sin el socorro de Dios y por otra que ese socorro no lo da ordinariamente el Señor, sino al que reza, ¿quién no ve que de aquí fluye naturalmente la consecuencia de que la oración es absolutamente necesaria para la salvación?

Verdad es que las gracias primeras, como la vocación a la fe y la penitencia las tenemos sin ninguna cooperación nuestra, según San Agustín, el cual afirma claramente que las da el Señor aun a los que no rezan.

Pero el mismo doctor sostiene como cierto que las otras gracias, sobre todo el don de la perseverancia, no se conceden sino a los que rezan. — La oración, cap. I