

El camino de Dios está erizado de dificultades. Las tentaciones cambian de nombre. Antaño las tentaciones se llamaban las ollas repletas, el pescado frito, la carne asada, las cebollas y las sandías de Egipto. Hoy día las tentaciones se llaman el horizontalismo, el secularismo, el hedonismo, el subjetivismo, la espontaneidad, la frivolidad. ¿Cuántos de los peregrinos llegarán a la Tierra Prometida? ¿Cuántos abandonarán la dura marcha de la fe? ¿Tendremos que hacernos a la idea, también nosotros, de que sólo un «pequeño resto» habrá de llegar a la fidelidad total a Dios? ¿Cuál es y dónde está el Jordán que habremos de atravesar para entrar en la zona de la Libertad? Una vez más el horizonte se nos puebla de preguntas, silencio y oscuridad. Es el precio de la fe. Estamos en un proceso de decantación. La fe es un río que avanza. Las impurezas se posan en el lecho del río, pero la corriente sigue. — Muéstrame tu Rostro. Pag, 46