

No puedo explicar cómo soy yo mismo; no puedo comprender por qué debo ser de tal o cual modo: no puedo disolver mi existencia en ningún sistema de leyes naturales o históricas, pues no es una necesidad, sino un hecho. Pero a la vez, es el hecho para mí decisivo, el hecho, en absoluto. Es como es, y podría no ser. Y, sin embargo, determina mi existencia entera desde lo más íntimo. Todo esto significa: no me puedo explicar a mí mismo, ni demostrarme, sino que tengo que aceptarme. Y la claridad y la valentía de esa aceptación constituye el fundamento de toda existencia. Esa exigencia no la puedo cumplir por caminos meramente éticos. Solo puedo hacerlo desde algo más alto; y con esto estamos en la fe. Fe significa aquí que yo comprenda mi finitud desde la instancia suprema, desde la voluntad de Dios – La aceptación de sí mismo.