La vida mística ofrece experimentalmente algo que enseña la fe, a saber: la inhabitación de Dios en el alma. El que, dirigido por la fe, busca a Dios, ha de disponerse a donde es atraído el místico.

A retraerse de los sentidos y de las «imágenes» de la memoria e incluso de la actividad natural del entendimiento y de la voluntad y a recogerse a la soledad de su interior para permanecer allí, en la fe obscura, en una mirada amorosa hacia el Dios escondido que, aunque velado, está presente.

Aquí permanecerá en profunda paz, pues es el lugar de su reposo, hasta que el Señor tenga a bien cambiar la fe en visión. — Edith Stein: en busca de Dios, p. 229