

Cuando me detuvieron, no me dejaron llevar nada, pero me permitieron escribir a casa para pedir ropa o medicinas. Yo pedí que me enviaran vino como medicina para el estómago. Al día siguiente, el director de la cárcel me llamó para preguntarme si me dolía el estómago, si necesitaba medicinas, y, al responderle afirmativamente, me dio un pequeño frasco de vino con la etiqueta «medicina contra el dolor de estómago».
¡Ese fue uno de los días más hermosos de mi vida! Así pude celebrar diariamente la misa con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano y con un trocito de hostia (me mandaron unas cuantas formas escondidas en una antorcha contra la humedad).
Luego, cuando estaba con otras personas católicas, sus familiares me proveían de vino y de formas cuando venían a visitarlos. Así que, de distintas formas, pude celebrar casi siempre la misa, solo o con otros. Lo hacía pasadas las 21:30, porque a esa hora ya no había luz y podía organizarme para que seis católicos se reunieran. —El Gozo de la Esperanza. Pag, 12