

Dios, que quería llamar hacia sí a la más pequeña y más débil de todas, se apresuró a hacerle crecer las alas. Él, que se complace en mostrar su bondad y su poder sirviéndose de los instrumentos menos dignos, quiso llamarme a mí antes que a Celina, que sin duda merecía más que yo este favor. Pero Jesús conocía muy bien mi debilidad, y por eso me escondió a mí primero en las cavernas de la roca.
Cuando María entró en el Carmelo, yo era todavía muy escrupulosa. Como ya no podía confiarme a ella, me volví hacia el cielo. Me dirigí a los cuatro angelitos que me habían precedido allá arriba, pues pensé que aquellas almas inocentes, que nunca habían conocido ni las turbaciones ni los miedos, deberían tener compasión de su pobre hermanita que estaba sufriendo en la tierra.
Les hablé con la sencillez de un niño, haciéndoles notar que, al ser la última de la familia, siempre había sido la más querida y la más colmada de ternuras por mis hermanas, y que si ellos hubieran permanecido en la tierra me habrían dado también sin duda alguna pruebas de cariño… Su partida para el cielo no me parecía una razón suficiente para que me olvidasen; al contrario, ya que se hallaban en situación de disponer de los tesoros divinos, debían tomar de ellos la paz para mí y mostrarme así que también en el cielo se sabe amar… —Historia de un Alma. Pag, 68