

Tan pronto como me pongo a orar, enseguida siento el corazón como invadido por una llama de amor vivo; esta llama no tiene comparación con ninguna otra llama de este bajo mundo. Es una llama delicada y tan dulce que consume y no causa sufrimiento alguno. Es tan dulce y tan deliciosa que el espíritu siente tal complacencia y queda satisfecho, pero de tal modo que no deja de desearla; y, ¡oh Dios!, es algo tan maravilloso para mí que quizá no llegue nunca a comprenderlo, como no sea en el cielo. — 365 días con el Padre Pío. Pag, 53