¿Ves qué solo estoy? no tengo más ayuda que María, mi Madre querida, cuando después de oír lo que dijo el predicador, me puse a sus pies y muy recogido y sin apenas oír el ruido que hacía la gente al salir de la iglesia, le volví a repetir lo que ya muchas veces le he dicho:

«María, Madre mía, tú ya sabes lo que me pasa… no quiero emplearme más que en una cosa, en amar a Dios, solo en eso. Aunque el mundo me llame, aunque humanamente los hombres crean que soy inútil y que he perdido el tiempo. Señora, díselo a tu Hijo, ponme a sus pies y dile que no sé hacer otra cosa y que ya solo amar es mi ejercicio; que no sabía si eso era mejor o no, pero que no podía hacer otra cosa…»

Estoy seguro que la Virgen me atendió, pues me inundó de paz y alegría.  — La Virgen Madre, 122