

María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone «en medio», o sea hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal puede —más bien «tiene el derecho de»— hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres.
Su mediación, por lo tanto, tiene un carácter de intercesión: María «intercede» por los hombres. No solo: como Madre desea también que se manifieste el poder mesiánico del Hijo, es decir su poder salvífico encaminado a socorrer la desventura humana, a liberar al hombre del mal que bajo diversas formas y medidas pesa sobre su vida.
Precisamente como había predicho del Mesías el Profeta Isaías en el conocido texto, al que Jesús se ha referido ante sus conciudadanos de Nazaret «Para anunciar a los pobres la Buena Nueva, para proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos …» (cf. Lc 4, 18). —Carta encíclica Redemptoris Mater. Punto, 21