Nuestra confianza en María es inmensa por ser ella nuestra Madre. No por casualidad ni en vano los devotos de María la llaman Madre. Diríase que no saben invocarla con otro nombre y no se cansan de llamarla siempre madre.

Madre sí, porque de veras es ella nuestra madre, no carnal, sino espiritual, de nuestra alma y de nuestra salvación. Cuando el pecado privó a nuestras almas de la gracia, les privó también de la vida. Y habiendo quedado miserablemente muertas, vino Jesús nuestro redentor, y con un exceso de misericordia y de amor nos recuperó esta vida perdida con su muerte en la cruz, como él mismo lo declaró: Vine para que tengan vida, y la tengan en abundancia (Jn 10,10). — Las glorias de María, cap. 2