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Como consecuencia del conocimiento de nosotros mismos, el alma se humilla al reconocer su imperfección y que por sí misma no existe, y por ello reconoce también la bondad de Dios en ella. A esa bondad divina le atribuye su existencia y todos los dones que a la existencia se han añadido. De este modo el alma adquiera una verdadera y perfecta caridad, amando con todo el corazón, con todo el afecto y con todo su ser. Y en la medida en que ama nace en ella el odio a los propios sentidos y, odiándose a sí misma, se siente contenta con que Dios quiera y sepa castigarla al modo que desee a cauda de los pecados. — La Celda Interior. Pag, 6
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