

La vida puede dañarse, pero Dios puede convertirla en algo bello. Por lo que si me preguntaran, de poder vivir mi vida otra vez, si viviría el sacerdocio de la misma manera, respondería: «No; intentaría amar más a Cristo». La única pena de mi vida (o de cualquier vida) es no haberlo amado lo suficiente. Pues ahora tengo claro: Que nada camina sin rumbo al andar, que ni una sola vida será destruida, ni echada al vacío cual suciedad perdida, cuando Dios su obra haga completar. — Tesoro en vasija de barro. Pag, 21