La vida apostólica es altísima porque vive de ideales divinos alejados de los ideales humanos, como el cielo de la tierra. La vida apostólica es difícil y heroica, porque en cada momento ha de darlo todo por el Reino de los cielos.

En medio de tantas cosas, el apóstol debe marchar con paso firme. ¿Quién le mostrará el camino? La oración y sólo la oración. La prudencia meramente humana es enemiga de Dios y los pensamientos de Dios no son como los de los hombres, y la oración es la única que nos hace conocer a Dios y los ideales divinos. —Un fuego que enciende otros fuegos. Pag, 45.