Pon los ojos en ti mismo y guárdate de juzgar las acciones ajenas. En juzgar a otros se ocupa uno en vano, yerra muchas veces, y peca fácilmente; mas juzgándose y examinándose a sí mismo, se emplea siempre con fruto. Muchas veces sentimos de las cosas según nuestro juicio, y fácilmente perdemos el verdadero juicio de ellas por el amor propio. Si fuese Dios siempre el fin puramente de nuestro deseo, no nos turbaría tan presto la contradicción de la sensualidad.— Imitación de Cristo, cap. XIV