

Si no hay sacerdotes, no hay sacramentos; si no hay sacramentos, no hay gracia; si no hay gracia, no hay Cielo; y, aun en esta vida, el odio será la amargura de un amor que no pudo orientarse, porque faltó el ministro del amor que es el sacerdote. Que nuestros jóvenes, conscientes de su fe, que es generosidad, conscientes de su amor a Cristo y a sus hermanos, no titubeen en decir que sí al Señor. — Un fuego que enciende otros fuegos. Pag 178