
Un día, una de las Madres se enojó tanto conmigo y me humilló tanto, que pensé que no lo soportaría. Me dijo: Extravagante, histérica, visionaria, vete de mi habitación, no quiero conocerte. Todo lo que pudo cayó sobre mi cabeza. Al volver a la celda, me caí de cara al suelo delante de la cruz y miré a Jesús sin poder pronunciar ni una sola palabra. Y sin embargo ocultaba a los demás y disimulaba como si no hubiera pasado nada entre nosotras.
Satanás siempre aprovecha tales momentos, comenzaron a venirme los pensamientos de desánimo: He aquí tu premio por la fidelidad y la sinceridad. ¿Cómo ser sincera, si se es tan incomprendida? Oh Jesús, Jesús, ya no aguanto mas. Otra vez caí al suelo bajo aquel peso y comencé a sudar y el miedo empezó a dominarme.
No tengo en quien apoyarme interiormente. De repente oí en mi alma la voz: «No tengas miedo, Yo estoy contigo», y una luz extraña iluminó mi mente y comprendí que no debía someterme a tales tristezas y una fuerza me llenó, y salí de la celda con un nuevo ánimo para enfrentar los sufrimientos. —La Divina Misericordia y mi alma. Pag, 55