

El hombre no es un ser acabado, sino un ser «por hacerse», por obra de su libertad (GS 17). Una piedra, un árbol, son seres plenamente realizados dentro de las fronteras o límites de su esencia. Quiero decir que no pueden dar más de lo que dan, no pueden ser más perfectos de lo que son. Igualmente un gato, un perro. Son seres encerrados, acabados, «perfectos» dentro de sus posibilidades. El hombre, originalmente, es un «poderser». Es el único ser de la creación que puede sentirse irrealizado, insatisfecho, frustrado. Y por eso es, entre los seres creados, el único que tiene capacidad para superar las barreras de sus limitaciones. Por otra parte, es también el único ser capaz de autotransparencia, de trascendencia y libertad. En una palabra, es un ser abierto, capaz de un encuentro personal con Dios, de un diálogo con su Creador. — Muéstrame tu rostro. Pag, 123