El Hijo de Dios no tiene una «historia» en sentido humano. Con su nacimiento entró en la historia humana y vivió en ella trabajando y sufriendo; con su muerte se consumó su destino, y con su resurrección traspasó de nuevo las fronteras de la temporalidad.

Dentro de este destino temporal, Jesús es plenamente histórico, aunque sigue siendo Dios. Lo que hace, procede de lo eterno; por tanto, lo que en él acontece y lo que experimenta, queda asumido en una dimensión de eternidad. Vive ciertamente en el tiempo y está «sometido a la ley» (Gál 4,4).

Sin embargo, precisamente por ese sometimiento y esa sujeción, es Señor del tiempo e inaugura una nueva historia, la propia de los «hijos de Dios» y de la «nueva creación».  — El Señor, cap. 7