

Después de un reino de los hombres y de las cosas, después —en un sentido terrible—de un reino de Satanás, debe llegar el reino de Dios. Lo que esperaron los profetas debe hacerse realidad, tanto en el pueblo elegido como en todos los hombres.
El poder de Dios irrumpe y quiere ejercer su soberanía: perdonar, santificar, iluminar, dirigir, transformar todo en una nueva existencia engendrada por la gracia. Pero no con violencia física, sino por la fe, por la libre entrega del hombre. De ahí la advertencia: «Enmendaos, y creed la Buena Noticia» (Mc 1,14-15). — El Señor, p. 90