

No hay duda que cuanto proferimos en las alabanzas de la Virgen Madre pertenece al Hijo; y que igualmente cuando honramos al Hijo no nos apartamos de la gloria de la Madre. Porque si, como dice Salomón: El Hijo sabio es gloria del Padre, ¿cuánta mayor gloria será ser Madre de la misma Sabiduría?
¿Pero qué intento yo en las alabanzas de aquella Señora a quien publican digna de alabanza los profetas, lo expresa el ángel, lo declara el Evangelio? Yo, pues, no la alabo, porque no me atrevo, sino que repito con devoción lo que ya explicó por la boca del evangelista el Espíritu Santo. — La Virgen Madre, cap. 3