El sueño de encontrar nuestro fin —aquello para lo que fuimos hechos—en un Cielo de amor puramente humano, no podría ser verdad a menos que toda nuestra Fe estuviese equivocada. Hemos sido hechos para Dios, y sólo siendo de alguna manera como Él, sólo siendo una manifestación de Su belleza, de su bondad amorosa, de su sabiduría o virtud, los seres amados terrenos han podido despertar nuestro amor.

No es que los hubiéramos amado demasiado, sino que no entendíamos bien qué era lo que estábamos amando. No es que se nos vaya a pedir que los dejemos, tan entrañablemente familiares como nos han sido, por un Extraño. Cuando veamos el rostro de Dios sabremos que siempre lo hemos conocido.— Los cuatro amores, cap. 6