En verdad no somos llamados solamente una vez, sino muchas: Cristo nos está llamando a lo largo de toda nuestra vida.

Nos llamó primero en el bautismo, pero después también. Obedezcamos su voz o no, nos llama bondadosamente aún. Si caemos después del bautismo, nos llama al arrepentimiento. Si nos esforzamos por completar nuestro llamado, Él nos llama a continuar de gracia en gracia, de santidad en santidad, mientras nos es dada la vida. Abraham fue llamado desde su casa, Pedro desde sus redes, Mateo desde su oficio, Eliseo desde su granja, Natanael desde su retiro.

Todos nosotros estamos en vías de ser llamados, constantemente, de una cosa a otra, sin tener lugar de descanso, pero escalando hacia nuestro eterno descanso, y obedeciendo un mandato solamente para tener otro sobre nosotros. Él nos llama una y otra vez, en orden a justificarnos una y otra vez, y más y más, una y otra vez, santificarnos y glorificarnos.

Estaría bien que entendiéramos esto, pero somos lentos en aprender la gran verdad: que Cristo está como caminando entre nosotros, y por Su mano, o Su ojo, o Su voz, mandándonos que lo sigamos. No entendemos que Su llamado es algo que ocurre ahora.