La convicción que debemos compartir y extender es que la llamada a la santidad está dirigida a todos los cristianos. No se trata del privilegio de una élite espiritual. No se trata de que algunos se sientan con una audacia heroica. No se trata de un tranquilo refugio adaptado a cierta forma de piedad o a ciertos temperamentos naturales. Se trata de una gracia propuesta a todos los bautizados, según modalidades y grados diversos – La vocación explicada por Juan Pablo II.