El amor auténtico no razona, no pone límites, no calcula, no recuerda el bien que ha hecho ni las ofensas que ha recibido, nunca pone condiciones. Si hay condiciones, ya no hay amor. El sacerdote de este nuevo milenio es una persona que ha conocido a Jesús y en el cual el pueblo puede conocer a Jesús. Cuando medito sobre esto, siento el corazón lleno de felicidad, de alegría y de paz. Espero que al final de mi vida, cuando sea juzgado sobre el amor, Jesús me reciba como al último jornalero de su viña, al cual paga la misma recompensa que al primero, diciéndome como al ladrón arrepentido: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43). — El Gozo de la Esperanza. Pag, 10